se derrumba como un yenga.
Una más, se desploma
como caballo herido.
Nunca me costó ilusionarme.
Me cuesta no decepcionarme.
Voy a preferir también, una vez más,
olvidarte,
procurar que ya no me importes.
Será mi última jugada.
Voy a mirar a otro lugar
y fingirme a mí misma
que te ignoro,
hasta que gracias a la inercia,
se vuelva verdad.
O hasta que lo crea como si fuese verdad.
Tengo una cosecha de amores muertos.
Una gran cosecha de agridulces epitafios.
Y miles de esporas que nunca fueron.
Y cientos y cientos de semillas secas.
Las pobres plantas que nadie riega,
se van secando, secando al sol...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario